Escucho los primeros acordes, de
algunas de mis canciones favoritas, y algo dentro de mí, algo que hasta ese momento,
permanecía dormido, se despierta .Siento como si volara. Mi cuerpo se
estremece.
Nadie lo diría mirándome, pero tengo hasta el último
nervio en tensión, llevo la música en la
sangre.
La música me acompaña desde que
tengo uso de razón.
Tengo que recordar, cómo empezó
todo. Esperad que piense. Ya me acuerdo, la música llegó a mi vida a través de
mi madre, y a través de su enorme fascinación, por el cine y los musicales. El
primero fue… Sonrisas y lágrimas, si, ese fue el primero. Aún hoy lo recuerdo,
y sin querer esbozo una sonrisa. Fue en el cine Echegaray.
Si cierro los ojos, puedo ver a
Julie Andrews, cantando “el sonido de la música”, mientras recorre las montañas
de Salzburgo.
“Gotas de lluvia y pequeños
gatitos, cazos de cobre y guantes bonitos. Sobres atados con un cordel gris,
son cosas simples que me hacen feliz”
La música, ha marcado mis
momentos más felices, pero también los más oscuros y tristes. Asocio muchas
canciones, a momentos de mi vida. Esos acordes, me trasladan a instantes
pasados, algunos me llenan de alegría, pero otros quisiera olvidarlos. La
música son recuerdos, son momentos, vivencias. La canción que sonaba cuando nos
casamos, el estribillo que repetía una y otra vez mi Sofía, cuando aún, no
levantaba dos palmos del suelo.
La música ha formado y formará
parte de mi vida, hoy y siempre.
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