Soy de lágrima fácil. Es algo que
me pertenece, como las canas en el pelo o los pies grandes.
Soy de lágrima fácil y lo mismo
lloro con el anuncio del almendro, aquel de vuelve a casa por navidad, que con
el calvo de la lotería. En este punto, tengo que hacer una reivindicación,
¿por qué lo quitarían? Me encantaba el anuncio del calvo de la navidad, aquel
que hacia tus sueños realidad y que era el doble de Yul Brynner.
Por supuesto lloro, porque si no,
no tendría sangre en las venas, con los telediarios, cada vez que veo todas las
injusticias que se producen en el mundo. Injusticias que nos tocan de cerca
como los desahucios, las mujeres que fallecen a manos de sus parejas, o accidentes, como el de el avión estrellado en los Alpes, aunque claro, no creo que se le pueda llamar accidente, pero ese es otro tema. Si de algo puedo sentirme
orgullosa es de ser incapaz de presenciar el dolor ajeno, sin que algo, se me
remueva muy dentro.
Quizás el mundo fuera un lugar
mejor de lo que es, si el dolor ajeno removiera conciencias. Sobre todo,
aquellas conciencias que tienen el poder de cambiar las cosas. Aunque siempre
tenemos que pensar que cualquier gesto, por pequeño que sea, puede suponer un
mundo para otra persona. Si unimos miles o millones de pequeños gestos cada
día, ayudaríamos a cambiar las cosas.
Pensándolo bien, llorar por las
historias reales que se producen cada día en el mundo no creo que se pueda
considerar, tener la lágrima fácil.
Pero ahora os voy a poner un
ejemplo que ilustra lo que digo.Lloro siempre con las mismas
películas, en las mismas escenas.
La fuerza del cariño, extraordinaria
película protagonizada entre otras por Shirley Maclaine, Debra Winger, y Jack
Nicholson. Si alguien no ha visto la película que estoy comentando, por favor
hacedlo. Os pongo en situación, Shirley Maclaine tiene a su hija que es Debra
Winger en la cama de un hospital con un cáncer terminal. Es la hora de su
medicación para el dolor, y ninguna enfermera se ha acercado a ponérsela. Ella
sale a comentarle primero a la enfermera, que por favor su hija tiene dolores y
que ya le toca la dosis de morfina para paliarlos. Ante la pasividad de ésta,
los ruegos de una madre, se tornan gritos de dolor. No puede soportar el
sufrimiento de su hija. Por mucho que yo os lo cuente, no os podéis hacer una
idea de la dureza de la secuencia.
Creo sin temor a equivocarme, que
podré haber visto esta película unas 50 veces. Pues bien, siempre lloro a moco
tendido en la misma escena.
Otra gran historia que me
emociona cada vez que la he visto ha sido Magnolias de acero. Y por supuesto
con otra muerte de por medio. En la escena clave, soy el lago Titicaca.
Es curioso pero por muchas veces
que vea las películas que me apasionan, siempre las miro con otros ojos.
Esperando quizás que el final sea otro.
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