miércoles, 18 de febrero de 2015

En la boca del lobo

Buenos días Héctor, tenemos el presupuesto preparado cuando quiera podemos quedar para que se lo expliquemos personalmente.

Esperamos su respuesta, un cordial saludo,

Victoria Sierra
Comunicación y Protocolo

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Cuando termino de teclear me doy cuenta de que son más de las 00.00 am. Estoy reventada, menuda semana. Mis tripas empiezan a rugir cuando suspiró, aún no he cenado. Innumerables imágenes de elegantes hamburguesas rellenas de queso, fuentes de pasta con nata y setas y tabletas de chocolate pasan por mi mente. ¡Mierda! Estoy a dieta. Es uno de los propósitos de este 2015: dieta y deporte.

Casi me cabreo al pensarlo. Otra vez me toca una ensalada triste con un yogurt. Si hubiera nacido en el barroco... cuando el volumen era hermoso. 

Me levanto con las piernas entumecidas, creo que es de la humedad porque apenas siento los dedos. Voy a la cocina, a 3 metros de distancia para prepararme una suculenta ensalada (hoja de lechuga, rodaja de tomate y poco más…). Sonrió irónica, para estar guapa hay que sufrir. Justo en el momento en el que cojo el cuchillo para empezar a picar el tomate (se me olvida siempre sacarlo del frigorífico y está demasiado frío) suena mi móvil.

Espero que no sea mi socio porque a estar horas en mi cerebro está la luz de emergencia… todas las reservas agotadas. 

Estiro el cuello por si puedo ver desde mi posición quién escribe y… ¡otra vez él! Casi me corto el dedo con la inercia. Dejo el cuchillo algo dubitativa, me seco las manos en el paño de cocina y rodeo la barra americana que separa la cocina de la mesa del comedor. 

Cojo el móvil y leo:

"Buenas noches Victoria, he llegado a Sevilla y quería saber cómo estabas. Ha sido un día largo ¿eh?"

Releo el whatsapp sin estar muy convencida de si es esa persona la que me escribe y en efecto.

Repaso un poco las imágenes de la jornada sobre la presentación de la bicicleta portada de sillas para discapacitados de un inventor malagueño. Ha sido un éxito ya que los medios que más me interesaban han estado. 

Cuando él entró en la sala del hotel donde íbamos a hacer la jornada no he podido evitar mirarlo. No lo conocía personalmente pero sabía que era Luis, el director ejecutivo de la empresa patrocinadora.

Alto, moreno de sierra (artificial), pelo algo canoso y una mirada muy agresiva, o eso me pareció a mí cuando mi socio me lo presentó. Miraba tan fijamente que pocas veces he sentido esa sensación de incomodidad tan abrumadora.

Y después de las jornadas ha venido directo hacia donde estaba yo hablando con una delegada institucional. No sé cómo lo ha hecho pero me ha puesto nerviosa, llevaba tiempo sin sentir ese tipo de inquietud.

- Me ha parecido muy buena organización.
- Gracias, ha sido un esfuerzo de todos.
- Me gustaría trabajar más con vuestra empresa, tenemos algunas acciones tras las que podemos seguir vinculados.
- Por nosotros encantados, tome mi tarjeta.
- No me hables de usted, me haces parecer un viejo.
- Disculpe, disculpa. Encantados de seguir trabajando con vosotros.
- Muy bien, ahora vamos a comer todos juntos.
- Sí, el hotel nos ha facilitado un espacio en el restaurante. Bajemos.

Pasamos la comida tranquilos aunque no podía evitar sentir su mirada clavada en mí mucho más tiempo que en el resto. Era incómodo pero embriagador, me gustó, me sentí estimulada.

Y ahora miraba fijamente el móvil sin saber bien cómo responder.















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